7/12/2009

Noche de Sexo


- No sabes cómo me lo pasé anoche. Fue un espectáculo. Qué hombre. Además, chicas, ya es oficial, el tamaño importa. Y mucho.
- Bueno, bueno. La noche que he tenido yo ha sido memorable. No sabría decir las veces que follamos. Un poco de alcohol hace milagros. Me encantan esos momentos en los que me siento un poco cochina. Primero por aquí, luego por allá, ahora de frente, ahora de lado. Impresionante.
- No sé si volveré a encontrarme con él, pero me ha dejado huella el tío. Qué forma de follar, por Dios. Bueno, ¿Y tú? ¿No nos vas a contar tu nochecita?
- Sí, claro. Fuimos al cine. Al terminar compartimos un bocadillo que nos vendieron en la calle. Me acompañó a casa y subiendo en el ascensor me pidió que le abrazase. Me apretó con fuerza y me dijo, muy despacio, que me amaba. Nos duchamos y nos fuimos a la cama.
- Eres una aguafiestas.


7/02/2009

La primera vez


El hombre camina despacio y piensa en la última vez que se acostó con una mujer. Historia repetida. Al despertar, solo en la cama. Su ropa en el suelo, junto a la silla. La cartera vacía un poco más allá. El recuerdo de una última copa. Y no saber nada más.
Sortea los pequeños charcos que se han formado en la acera levantada. Comienza a llover de nuevo. Abre el paraguas acelerando el paso. Una mujer intenta cubrirse con el bolso, pero la lluvia se hace intensa.
- Métase aquí debajo.
Ella duda aunque lo hace. Le dice que vive a tres manzanas de allí. Llegan al portal. Le da las gracias. Sigue caminando junto a la pared. Escucha como le llama. Se va a empapar. Le invito a un café. La ropa junto a la silla. La cartera vacía. Le tranquiliza saber que no ha probado el alcohol desde tres meses atrás. Se acerca despacio. Ella sonríe y mueve la mano al mismo tiempo que la cabeza en dirección al portal.
- ¿No le asustan los desconocidos?
- En absoluto, dice mientras comienza a desabrocharse la blusa.
- ¿Por qué hace esto? ¿Podría ser un bestia o un loco?
- Trátame de tú, dice dejando caer la falda.
Amanece. Solo en la cama. Algo confundido porque no sabe dónde está. Aparece y se apoya en la jamba de la puerta. Desnuda. Le gusta su cuerpo. Le gusta como maneja la situación.
- No quiero que vuelvas por aquí nunca más. ¿De acuerdo?
- No te causaré problemas.
Ella se acerca. Cuando está junto a la cama se lleva las manos a los pechos. No quiero que te olvides de mí nunca. Se arrodilla y comienza a lamer el pene erecto del hombre.
La acera está seca. Camina despacio y piensa en la última vez que se acostó con una mujer. Al despertar solo en la cama. Su ropa sobre la silla. Todo en orden. Aunque esta vez falta algo que no alcanza a entender. Se detiene y se da la vuelta. Mira la fachada de la casa. En la ventana del tercer piso está ella. Asomada. Dice adiós con la mano. Mejor pagar con billetes y no de esta forma, piensa el hombre que, obediente, se va para siempre, en busca de un bar cercano. Sólo ha sido un polvo. Es una fresca. Nada más. Intenta convencerse. Pero no puede evitar pensar en la primera vez que durmió con una mujer.

6/26/2009

Génesex


Adán pidió compañía y la tuvo. Eva fue hecha a la medida de su pareja. Era perfecta. Cada centímetro de su piel había sido soñado poco antes.
Podían yacer en cualquier lugar del Paraíso. No sentían vergüenza de su desnudez. Se acercaban para acariciarse, para explorar el cuerpo del otro disfrutando del roce de piel con piel. Si Eva se acercaba con intención de lamer el sexo de Adán el respondía procurando el máximo placer. La penetraba largamente haciendo que el cuerpo de Eva se estremeciera con cada embestida. El Paraíso lo era por eso.
Pero fueron expulsados y todo cambió. Sintieron la necesidad de taparse por si algo no le gustaba al otro. Eva se mostró esquiva por primera vez al ver que se acercaba. Él no se atrevió a tocar su cuerpo. Y ambos se fijaron en que la vejez iba desfigurando con crueldad la perfección.
Recordaban lo que fue cuando coincidían las apetencias. Construían distancias enormes cuando se daban la espalda al tumbarse. Soñaban con algunas cosas que ahora parecían imposibles.
Llegaron Caín y Abel molestando con sus juegos. Parecía estar ya todo hecho. Y el mundo empezó a llamarse mundo.

6/23/2009

Coladas


Miraba las coladas desde la ventana. La vecina del quinto debía ser una mujer mayor y entrada en carnes. Bragas enormes. Alguien había llegado hacía poco tiempo al segundo interior. Bragas negras, rojas y, todas, llenas de encajes. El primero debía estar lleno de estudiantes. Esas cuerdas parecían una tienda de lencería. Todos los colores, todas las formas posibles, lazos, adornos, tangas, sujetadores haciendo juego. Miraba las coladas y se podía imaginar cómo quitaba la ropa interior a cada una de las mujeres, se las llevaba a la nariz y decidía si se la follaba o no. Ella, la candidata esperanzada, sonreía si veía como con el pulgar señalaba la cama o se sentía la mujer más infeliz del mundo si señalaba la puerta.
Mientras observaba las cuerdas llenas de ropa fingía leer. Dejaba el cenicero en el alfeizar de la ventana, un vaso de vino blanco, el paquete de tabaco y una libreta en la que anotaba las novedades. Altas y bajas, frecuencia de lavado, artículos nuevos, atrevidos, cursis o ridículos. La vecina del quinto estrenó unas bragas y un sujetador minúsculos. Poco después lo vio paseando con el galán por la avenida. Y nunca más volvió a ver esas bragas tendidas, ni al galán.
Unos brazos asomaron por la ventana del cuarto derecha. Delgados, frágiles. Las uñas de las manos eran largas, estaban bien pintadas, eran hermosas. La cabeza comenzó a aparecer poco después. El pelo liso de color castaño, recogido con una cola de caballo. Una nariz perfecta, los ojos claros que le miraban. Mientras sonreía y miraba al hombre (ahora sí, ahora no, un movimiento del cuello alzando la barbilla y girando la cabeza) colgó unos vaqueros, una camiseta blanca, una sábana bajera y un almohadón. Por último, la ropa interior. Totalmente blanca. Estiró el brazo izquierdo con el puño cerrado, luego estiró el dedo corazón y lo flexionó varias veces. Él no lo podía creer. Antes de desaparecer, se llevó las manos a los pechos juntándolos mientras se mordía el labio inferior. Hizo un último gesto con la cabeza de derecha a izquierda como queriendo decir al hombre ven, no tardes, te espero ansiosa para que me folles, para dejar que hagas lo que quieras conmigo.
El hombre corrió hasta el lavabo. Se preparó con prisas y corrió hasta la puerta. Cuando bajaba se fijo en la cuerda de ella. Allí estaba su ropa interior. Toda blanca. Sin adornos. Al llegar a la puerta, respiró hondo. Pulsó el timbre y escuchó los pasos acercándose.
Al salir sintió una arcada. Otra más. Resultó que no le esperaba una sola persona. Eran cuatro. Y la orgía había sido larga y, al principio, algo violenta. Le dolían todos los músculos del cuerpo. Escupió y tosió. Fue subiendo escalones hasta la primera ventana. Allí seguían tendidos los calzoncillos de la inolvidable Reinona. Lo peor era que no podría volver a sentarse para mirar coladas. Al menos en una temporada. 

6/20/2009

Adioses. 1


Apoyó el hombro sobre el tronco del plátano de sombra a la vez que cruzaba la parte baja de las piernas. El pie derecho reposando sobre la puntera, las manos en los bolsillos y el cuello de la gabardina subido. Sabía que tendría que esperar unos minutos. Ella era de las que pensaban que un retraso hace mucho más femenina a una mujer. Las primeras gotas empezaban a caer aunque debajo del árbol el suelo se mantenía seco.
Dos años. Ni un solo beso. Ni una caricia. Sólo su cuerpo contoneándose frente a él, con música de fondo que marcaba el ritmo de una masturbación eterna, que hacía que se estirara gimiendo y pidiendo a gritos que alguien le penetrara con rabia. Dos años. Ni un solo beso. Ni una caricia. Sintió la erección y con la mano derecha se acarició el pene.
Llegó a la hora en punto más treinta minutos. Jersey de cuello vuelto, falda por debajo de las rodillas, botas de piel marrón, el bolso haciendo juego. Perfecta. Caminaron hasta el hotel. 
Antes de abrir la puerta de la habitación cuatrocientos cuatro. Bésame. Ella mira con extrañeza al hombre que mantiene el cuello de su gabardina subido. No, el trato es que nada de tocarnos. Si entramos en esta habitación lo haré, intentaré cualquier cosa. Pues, entonces, no entremos. No dejaría que me pusieras una mano encima nunca jamás. Eso sería jugar a ser marido y mujer. Es lo que somos, dijo él abriendo la puerta y haciendo un gesto con la cabeza para que entrara. He dicho que no. Si quieres follar lo puedes hacer esta noche en casa. Aquí me sentiría como una puta.
Caminaron hasta el lugar en el que se habían encontrado. Ella parecía irritada. Él paró debajo del plátano de sombra y vio como se alejaba la mujer de su vida. Eso pensó.