6/15/2009

Así no. Nunca más.


Escuchaban música. Contigo aprendí. Él con las piernas apoyadas en la mesa de fumador. Ella leyendo. Un vaso de cerveza vacío. Una taza de té caliente. Jamás había prestado atención a ese tipo de canciones. Ella, sin embargo, sabía de memoria lo que decía.
Con la cabeza apoyada en el respaldo del sofá esperó a que acabase la canción. Pensó que le gustaría poder besarla en silencio. Rozando los labios para atraer el olor de su boca, sintiendo un aroma que le hizo renunciar a todo años atrás. Un gesto. Queriendo olvidar el lastre del reproche. Ya no importaban esas noches de sexo en las que se podían mezclar movimientos de animal con el amor auténtico. Un beso. Se revolvió en el asiento, bajó las piernas y miró hacia donde estaba ella.
Cerró el libro con cuidado. Resoplando sin hacer ruido y entrecerrando los ojos. No quería pasar por el momento de volver a decir que no era el momento, que no le apetecía. Ya había fingido suficientes orgasmos como para que no le resultara grotesco. Alguna vez, antes de que llegara él, entraba en el baño para ducharse y masturbarse sin permitirse llegar a un final deseado en soledad. Observó como se movía. No quería mirarle a los ojos.
- ¿Me besas, amor?
- No empecemos. Sabes que así no me gusta.
Él se levantó para cambiar la música. Prefirió escuchar canciones viejas. Las que le hacían recordar su juventud, la inocencia perdida. Las que le permitían recordar que una vez fue un tipo que podía sonreír con tan solo verla llegar para buscar un lugar en el que pasar una noche estupenda. Ella volvió a abrir el libro aunque no pudo leer. Tan sólo miraba las páginas pensando en qué momento dejó de ver en él a ese muchacho robusto y simpático al que juró amar hasta la muerte. Estuvo a punto de levantarse y ofrecerse allí mismo sin condiciones. Se imaginaba, tan rápido como podía, apoyando los brazos en la mesa para que sus manos agarraran sus pechos, para que buscaran su sexo, cómo se giraría y se arrodillaría para lamer su pene antes de pedirle que la penetrara. Pero él ya se iba. Le pareció que quería ocultar el rostro. Aunque arrastraba los pies al andar.

3 comentarios:

Kaléndula dijo...

Ains, qué triste.

Carmen Neke dijo...

Qué relato tan terrorífico, una auténtica historia para no dormir.

Ginebra dijo...

Para que vean qué triste es no tener sexo.